-Pequeña golfa. Siempre vienes a lo mismo.- dijo un hombre en
el fondo del despacho.- Vas a acabar conmigo.
-No tranquilo.- una dulce voz se escuchó.-Todavía queda mucha
energía en tu interior.
-No debe quedar tanta como piensas. Cada día estoy más
agotado.- dijo el hombre encendiendo una lámpara. A la luz parecía un muerto
viviente. Estaba pálido, con unas ojeras muy pronunciadas y de color oscuro.-
No puedo dormir, ni comer. Me matas poco a poco.
La chica se iba acercando hacia la mesa donde estaba el
hombre. Su paso era lento y armonioso. Su rostro era hermoso, derrochaba
exotismo y sensualidad. Intimidaba que una chica tan hermosa se acercará hacia
él con ese paso.
-Tranquilo, esto acabará pronto.- dijo sentándose en las
piernas del hombre.- Ya he encontrado a uno de los míos. No te molestaré más.-
Empezó a jugar con el pelo del hombre mientras besaba su cuello.- Lo nuestro ha
sido breve pero intenso.- Una chispa encendió sus ojos y éstos se oscurecieron.
Se acercó a sus labios y comenzó a besarlos.
El hombre empezó a convulsionar. Ese era el beso letal, el
beso más temido por los hombres. El beso de la muerte.
Cuando hubo tomado toda la energía que quedaba en el interior
de aquel hombre, se levantó, colocó su vestido y le dio un beso en la frente.-
Ves, ya eres libre.- El cuerpo del hombre yacía muerto en la silla de su
despacho.
Ella salió del despacho y se dirigió a un hombre que había en
la puerta:
- Nos vamos. Tenemos que encontrarlos lo antes posible. Presiento
que Gary me está ganando terreno y eso no lo puedo consentir.- dio un puñetazo
en la puerta, ésta se resquebrajó. Echo andar por el pasillo que conducía hasta
la salida.
-Leila, por dónde vamos a empezar. No tenemos ninguna pista
de dónde están los tuyos y sinceramente no vamos a encontrar mucho si te cargas
a todos los tíos de esta ciudad.- dijo Herb en un tono burlón.
Leila se giró y se abalanzó sobre él, tirándole al suelo.
-
Nunca te he hecho daño, ¿verdad? Nunca has probado mis besos.- dijo mientras se
acercaba a sus labios.- No dudes de mis decisiones o tendré que utilizarlos
contigo.- se levantó y le sonrió.- Levántate y vayámonos, no hay tiempo que
perder.- Salió del edificio.
Herb la siguió hasta el coche.
Parque Yosemite, California (Estados Unidos).
-Señora gatito...Ven conmigo, no te haré daño.
Se oyó un bufido y el sonido de unas ramas rompiéndose.
- No
hagas que me despierte del todo y acabe con tu vida.- apostada en una gran
secuoya, estaba ella. La “mujer gato”. Esta chica era muy conocida por la zona
pero nadie la molestaba, más bien todos le tenían miedo. Aunque fuese
inofensiva siempre daba la imagen de ser agresiva y violenta.
Aquella noche le querían dar caza pues en los alrededores se
habían encontrado los cuerpos sin vida de unos cazadores.
-Venga, baja, hablemos. De verdad no te haré nada. Confía en
mí.- dijo un hombre. Tenía una escopeta apoyada en el hombro.
-Bajaré pero no esperes piedad si me atacas.- De un salto se
puso al lado del hombre.- Ya me tienes aquí, qué es lo que quieres, humano.
El hombre se puso nervioso al tenerla tan cerca. Las piernas
le empezaron a temblar, esa chica le daba mucho miedo.
-Es-esto...C-como
decirlo...
-Humano, habla de una vez, no tengo toda la noche.
-Q-queremos que te vayas del pueblo.-le dijo alzando la voz y
temblando.
-Si me voy, ¿quién os salvará de lo que viene hacia aquí?-
dijo ella mientras se sentaba en el suelo.- dime, nunca te has preguntado por
qué hace unos años me vine a este bosque. ¿Por qué no os he hecho nada?
¡Oh! Nunca te lo has preguntado.- de repente sus ojos se abrieron al máximo,
giró la cabeza y escuchó.-¡Vete!Ya está aquí.
El hombre la hizo caso y se fue corriendo hacia su furgoneta.
Aceleró y lo único que se vio fue la estela de polvo que dejaba en el camino.
Ella comenzó a trepar por el árbol y a saltar de rama en
rama, debía encontrar a Abiona.
-¡Gatita! Puedo olerte. No te dejaré huir. ¡Delia! No hagas
que utilice mis habilidades contigo,¡maldita gata!- grito Leila.- Herb, la
esfera.-
Herb la hizo caso:
-¡Nubium!
Del interior de Leila apareció una nube negra como el carbón
fue disparada hacia donde estaba Delia. La nube cegó totalmente a la gata y
ésta resbalo.
- ¡Abiona!-gritó mientras caía al suelo.
Abiona, desde la cabaña escuchó el grito de su compañera,
cogió la esfera y salió corriendo con la esperanza de llegar a tiempo.
Leila se acercó a Dalia, que estaba tirada en el suelo con
las manos en los ojos.
- Que pasa gatita, ¿ya has perdido una vida?- dijo con
tono socarrón.
-Quítame esto de los ojos,no puedo ver nada. No seas sucia y
lucha conmigo en igualdad de condiciones.
Rió.
- Que graciosa eres. En esta guerra no hay
normas, no me pidas que cumpla tus condiciones.
-Nidax- se oyó a los lejos. Leila miró hacia donde estaba
la voz y lo único que pudo ver, fue el brillo de la esfera.
Delante de ella se irguió un gran dientes de sable oscuro. Un
rugido quebró el silencio de la noche.
-Así que es verdad que te han dado esa habilidad. Vaya, vaya,
vaya y yo que pensaba que eran rumores de las malas lenguas.
De entre los árboles apareció un hombre de unos dos metros de
alto, ancho de espaldas y de figura atlética. Se acercó hasta donde estaba
Delia y le pidió perdón por no haber llegado antes. En su interior resonó la
voz de la gata:
- No te preocupes, estoy bien. Sabía que con el grito me
escucharías.- Cuando Delia se transformaba, la única manera de comunicarse era
a través del pensamiento pero sólo le funcionaba con Abiona, su compañero.
- Va a ser una batalla interesante.- dijo Leila, preparándose
para volver a atacar.
La esfera de Herb se iluminó y este pronunció la palabras
que surgieron:
-Lendum.
De sus manos salieron lo que parecían ser dos sombras negras que en breves tomaron la forma de un hombre y de una mujer. Aquella pantera cambió totalmente su mirada.
-¿Mamá? ¿Papá?
Entonces el hombre sacó un cuchillo y levantando un brazo se lo clavó a la mujer. Delia se abalanzó encima y la imagen se esfumó en una nube negra que la envolvió y la inmovilizó en el suelo. La chica volvió a su estado natural. Leila se acercó y se puso delante suyo.
-No tienes nada que hacer, mira a tu compañero, no hace nada porque me teme. Voy a mandarte de vuelta a Megax, pero metida en una caja de madera.-le dijo acercándose a su rostro y por último la besó. Su color fue cambiando poco a poco hasta quedarse blanca como la harina, pero aún respiraba. La esfera comenzó a brillar.
-¡Goraio Nidax!
Delia volvió a su forma felina, pero esta vez era diferente, era una tigre blanco con unos dientes enormes. Soltó un rugido y se lanzó encima de Leila clavando sus dientes en el hombro de la chica.
-¡Radok Dibum!
Los ojos de Leila se pusieron negros y el tigre se detuvo en seco. La chica lo apartó de encima suyo, se encaminó hacia el compañero de Delia. Le acarició el cuello y comenzó a besarle. En unos segundos había caído al suelo y el tigre estaba retorciéndose de dolor en el suelo.
-¡Vamos a casa Herb, no vale la pena gastar más tiempo en esto- le ordenó agarrando la esfera.
Se marcharon andando por dentro del pueblo.
A lo lejos se veía el brillo verde de un yo-yo subiendo y bajando.
-¿Mamá? ¿Papá?
Entonces el hombre sacó un cuchillo y levantando un brazo se lo clavó a la mujer. Delia se abalanzó encima y la imagen se esfumó en una nube negra que la envolvió y la inmovilizó en el suelo. La chica volvió a su estado natural. Leila se acercó y se puso delante suyo.
-No tienes nada que hacer, mira a tu compañero, no hace nada porque me teme. Voy a mandarte de vuelta a Megax, pero metida en una caja de madera.-le dijo acercándose a su rostro y por último la besó. Su color fue cambiando poco a poco hasta quedarse blanca como la harina, pero aún respiraba. La esfera comenzó a brillar.
-¡Goraio Nidax!
Delia volvió a su forma felina, pero esta vez era diferente, era una tigre blanco con unos dientes enormes. Soltó un rugido y se lanzó encima de Leila clavando sus dientes en el hombro de la chica.
-¡Radok Dibum!
Los ojos de Leila se pusieron negros y el tigre se detuvo en seco. La chica lo apartó de encima suyo, se encaminó hacia el compañero de Delia. Le acarició el cuello y comenzó a besarle. En unos segundos había caído al suelo y el tigre estaba retorciéndose de dolor en el suelo.
-¡Vamos a casa Herb, no vale la pena gastar más tiempo en esto- le ordenó agarrando la esfera.
Se marcharon andando por dentro del pueblo.
A lo lejos se veía el brillo verde de un yo-yo subiendo y bajando.
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