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viernes, 11 de octubre de 2013

Megax (Capítulo 2) - Solo

-Qué raro, Kevin, nadie nos ha robado nada aún ¿Has comprobado que tienes la cartera?

-Sí, la tengo, imbécil. Ya te he dicho que esta gente no se dedica nada más que a robar. Algunos tienen sus artes.

-Venga va, y ese mendigo, dime ¿Qué artes tiene?

-No sé, pregúntaselo.

Los chavales seguían andando por el mercado. Era de noche y todo estaba iluminado por fuegos y faros baratos. Se respiraba olor a podredumbre y hacía frío. Además Germán no llevaba chaqueta y se empezaba a sentir molesto.

-Tío, quiero irme a casa, deja el trabajo para otro día, hace frío.

-No, joder, vete tú si quieres. Yo tengo que encontrar algo que valga la pena.

El trabajo que estaba haciendo Kevin se trataba de una redacción sobre las tribus callejeras, para la clase de Filosofía. No entendía muy bien lo que quería el profesor, pero había que hacerlo.
A lo lejos vio algo que brillaba de diferentes colores, en concreto, azul, rojo y amarillo. La gente no se inmutaba, así que una de dos, o solo podía verlo él, o los demás ya estaban acostumbrados.

-Germán ¿Ves eso? Las luces.

-Sí ¿Qué es? Bueno, no, olvida mi pregunta, vayámonos a casa.

-Calla, vamos a mirar.

Se acercaron lentamente, hacia una mesa que había al fondo del callejón. Se trataba de un hombre con sombrero. No se veía mucho su cara, pero podía apreciarse una barba cuidada, tendría unos veinte años. En sus manos tenía una baraja de cartas que brillaba por sí sola. Los chicos miraban alucinados, cosa que el feriante notó y levantó la vista, dando a ver así, unos ojos sin iris, solo pupila, daba grima.

-Hola chicos ¿Queréis ver un truco de magia?- les preguntó con una voz grave y juvenil.

Ninguno respondió

-Tomad, contad cuantas cartas tiene esta baraja- propuso extendiendo la baraja hacia uno de los chicos.

Kevin, que miraba asustado, la agarró, y esta dejó de brillar. Las contó, dos veces, eran cuarenta cartas. Cuando le comunicó la cantidad se las devolvió.

-Vale, ahora, comienza el truco. Pero tenéis que ayudarme, leed lo que pone en este papel- extendió a German un papel rojo con una palabra escrita. El chico la miró un poco y se decidió a leer.

-Fates

El hombre sonrió de medio lado y sus cartas se iluminaron de rojo. Entonces, a una velocidad impresionante comenzó a lanzar cartas a los demás vagabundos que había en el callejón. Éstas salían con una fuerza impresionante que derribaban a aquel que alcanzasen. Uno por uno iban cayendo al suelo mientras los chavales miraban alucinados buscando a la vez alguna vía de escape. Entonces, el hombre, al acabar con todos los mendigos, traficantes, gitanos y vendedores ambulantes allí presentes. Se puso delante de los chicos.

-Tranquilos, no están muertos. Solo inconscientes, en un par de horas se despertarán. Hago ésto todas las noches por pura diversión.

-Pero…

-Dejadme que os lo explique. En el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Eso es verdad. Pero cuando el rey es la anarquía, lo que ocurre es que cada ciego intentará acabar con el tuerto para ver si así, su ceguera queda infravalorada. No sé si me explico. La envidia queda muy por encima de cualquier sentimiento cuando la alimentas.

Los chavales miraban alucinados ¿Quién era ese hombre? ¿Qué les estaba contando? ¿Cómo había hecho eso?

-Vale, dejémonos de tonterías, mi nombre es Wist. Soy un preso de la cárcel nacional de Atrosia, me encerraron por revolucionario. Si os dijese que no hice nada posiblemente no me creeríais. Llevo aquí un año y medio y sé cómo funcionan las cosas en este planeta.

Ni Germán ni Kevin soltaban palabra. Miraban al hombre a los ojos y no podían ni mover la boca.

-Estoy aquí para solucionar una guerra mundial que hay en mi planeta. Han mandado a dos presos de cada país para luchar a muerte y los dos últimos que queden serán liberados y su país se proclamará vencedor. Mi planeta se llama Megax, está a seiscientos años luz de aquí, pero nosotros fuimos tele-transportados. No espero ganar esta batalla, al fin y al cabo volvería a ser encarcelado si me sueltan.

Kevin se dispuso a hablar. Sus ojos marrones miraban al extraño con terror, mientras su boca temblaba.

-¿Y por qué no cuenta esto?- le preguntó tartamudeando.

-Verás, necesito un humano. Pero no para comérmelo ni para diseccionarlo, dado que nuestra anatomía es parecida. Lo quiero para que me ayude con los poderes. No me explicaron muy bien cómo funciona esto pero mira.

Se acercó a la mesa y de la parte inferior sacó una esfera del tamaño de un puño. Era, por los pliegues del interior, de diamante. Eso lo había estudiado Germán en Geología de primero de carrera.

-Eso es diamante, Kevin- tartamudeó mientras temblaba.

-Venga va, deje de tomarnos el pelo ¿Cómo se ha cargado a toda esa gente?

-Mira, Kevin, el callejón está lleno de cartas tiradas por el suelo ¿Verdad?- le dijo el hombre sonriendo y señalando la calle- Las he sacado todas de la baraja que tú antes has tocado. Dime ¿Cuántas cartas tenía?

-Cuarenta

-Cuéntalas de nuevo- le extendió la baraja.

Las contó un par de veces, mirando de vez en cuando que no hayan desaparecido las que había en el suelo.

-¿Y bien?

-Esto no significa nada, podría haberlas sacado de su chaqueta- gritó Germán agarrando la gabardina negra que tenía puesta el mago.

Estiró de la tela oscura fuertemente para sacársela, entonces, el hombre hizo un movimiento con el brazo y de dentro de la capa salieron un montón de cartas, tantas que taparon la visión a ambos chicos, perdiendo de vista al hombre por completo. Pero no acabó ahí, las cartas empezaron a formar una espiral en el aire y se fueron depositando una por una en el suelo. El mago había desaparecido. Cuando todas las cartulinas quedaron apiladas, los chicos no pudieron contener un “¡Oh!” de sus bocas, cuando la figura que se había armado con la pila de cartas no era nada más ni nada menos que la del mismo mago.

-¿Qué cojones?- Kevin tenía la boca abierta y miraba alucinado la figura del hombre con el sobrero, la barba perfectamente pareja y aquella sonrisa que inspiraba terror.

-¿Alguno de vosotros vive solo?

Ninguno contestó, pero la respuesta era afirmativa en ambos casos. Pero no podían articular palabra. Entonces, Kevin, asintió con la cabeza.

-Bueno, en ese caso vayámonos, tengo que ducharme- le dijo a los chicos agarrándolos de los hombros y conduciéndolos a través del callejón.

A su paso las farolas y el fuego se apagaban.

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