Adormecido en el suelo, Booker pudo ver como Elisabeth
manipulaba el panel de mandos (cambiando las coordenadas que él había marcado)
y huía por la puerta del dirigible. También vio a un hombre de raza negra
pasearse por la cabina, el cual al verle tumbado en el suelo le asestó un
puñetazo para dejarlo inconsciente.
Despertó unas horas después en la puerta abierta de la nave.
Estaba sobrevolando una inmensa góndola aérea en la cual había unos prisioneros
negros picando mientras un Handyman los vigilaba, éste le dirigió una mirada de
sorpresa pero no hizo nada.
-Daisy, el aire fresco ha funcionado. Éste está
despierto.-escuchó detrás de él.
Se reincorporó girándose para ver quien hablaba. Se trataba
del hombre que le había pegado, pero con un gesto más amable. DeWitt intentó
armarse, pero debido a su mareo estuvo a punto de caer al vacío de no ser
porque su agresor lo agarró de la camisa.
-Así que tú eres ese falso pastor sobre el que tanto hemos oído
estos días-dijo una mujer sentada en el dirigible entre dos camillas- Armaste
un gran revuelo en la rifa.
-¿Eres Filroy?- preguntó a la chica de raza negra, la cual
aparentaba unos veinte años.
-La misma.
-No tengo nada contra ti ni contra Vox Populi. Pero este
dirigible del que me tienes colgado es mío, y me hace mucha falta.
-¿En serio? Porque a mí, sin duda, me parece el dirigible de
Comstock.
-Mira… No estoy buscando pelea.
-Ya hay una pelea, DeWitt. La pregunta es ¿De qué parte estás
tú? Comstock es el Dios del hombre blanco, del rico, del despiadado. Pero si
crees en la gente corriente, únete a los Vox. Si crees en la gente honrada, únete
a los Vox…
-Solo quiero el dirigible- interrumpió.
-Y los Vox te lo darán, pero antes tienes que ayudarnos. Hay
un armero de Finkton que puede suministrar armas a nuestra causa. Consíguenos
esas armas, y te devolveremos tu dirigible.-ordenó dándole una pequeña tarjeta.
Acto seguido, el hombre le asestó una patada en el pechó
lanzándolo fuera del dirigible. Booker gritó, pero fue interrumpido por su leve
colisión contra el suelo.
-Más me vale encontrar a Elisabeth antes de que se vaya.
Delante suyo se erguía una enorme puerta, seguramente llevaría
al puerto, la única forma de huir de Columbia. Así que la abrió despacio
mientras escuchaba la voz de un capitán gritando.
-Largo de aquí, granuja. Seguramente no quieres saber lo que
hacemos con las polizonas bonitas.
Cuando acabó de abrir la puerta se encontró a la chica
reincorporándose de la caída del barco. Pero cuando ella notó su presencia se
levantó rápido y salió corriendo.
-¡Oye! ¡Espera un momento!
-¡Apártate! ¡No te acerques!
Ella huía cada vez más rápido, mientras Booker lo hacía a
duras penas debido a su caída del dirigible. Pero cuado lograba acercarse lo
suficiente a ella como para detenerla con Caballo Salvaje, el vigorizador que
levantaba a los enemigos por los aires, ella abría un desgarro y de ellos salían
desde trenes a comparsas de músicos que impedían el paso a DeWitt o que detenían,
con sus consecuencias, el golpe del vigorizador. Por último abrió un desgarro
delante de ella en el cual se veían dos soldados de Comstock y se dispuso a
entrar.
-¡No! ¡No entres ahí!
La chica saltó hacia el portal y fue apresada por ambos
soldados. Justo cuando Booker iba a entrar se cerró. Pero parecía ser que
llevaba a alguna parte de ese edificio, porque por la megafonía comenzaron a
dar órdenes de llevarla hasta la azotea para que un Handyman se la llevase a la
estatua de vuelta. Entonces la vio, en una ventana, intentando librarse de la
guardia de Comstock. DeWitt, desesperado comenzó a abrir cajas de armamento.
Había de todo, incluso armas que él no había visto en su vida. Entonces lo
encontró, un francotirador. Lo levantó, comprobó la munición y apuntando rápido
asestó un tiro en la cabeza a uno de los soldados que retenían a Elisabeth.
Subió a un raíl y apuntando con una sola mano le voló los sesos al otro
guardia. Cuando pasó por la ventana saltó dentro clavándose algunos cristales
en el cuerpo.
-¡No pienso ir contigo!- anunció ella abriendo otro desgarro
que contenía un ascensor. Entró y bajó rápidamente.
Él volvió a saltar a los raíles ignorando los disparos de
los soldados que eran detenidos por el campo magnético. Cuando llegó al piso de
abajo se encontró a Elisabeth completamente inmóvil y con cara de preocupación
con sus ojos clavados en él.
-Bo-bo-booker…
Rápidamente se giró, pero no le dio tiempo a hacer nada. Un
Handyman le asestó un puñetazo con su brazo metálico. Lo agarró de la camisa e
impulsándose arrojó a Booker hacia una góndola aérea que había sobrevolando el
vacío. Él se reincorporó rápido y se desató el francotirador de la espalda. Apuntó
rápidamente al pecho del monstruo, pero éste fue más ágil y le arrojó una caja,
la cual le golpeó fuertemente y lo desestabilizó para que cayese al vacío. Ahí
fue cuando se dio cuenta que todo estaba perdido, no veía la caída, no había
fondo. Se preguntó qué ciudad estaría sobrevolando Columbia en ese momento. Pero
entonces, de la nada, apareció un dirigible que frenó su caída. Estaba claro,
había sido un desgarro. Entonces, impulsado con Caballo Salvaje se lanzó hacia “tierra
firme”. Agarró del suelo una escopeta de cañón ancho (fruto de las cajas que
había roto el Handyman) y se encaró hacia el corazón descubierto de la bestia. Y
en el momento en el que ésta iba a darle un puñetazo apretó el gatillo y reventó
el cristal protector. Sin detenerse rozó la palma de su mano con el dedo corazón
y lanzó un rayo de Jinete Eléctrico hacia la máquina, la cual soltó un enorme
chispazo y cayó convulsionando en el suelo.
Cansado, se dirigió a Elisabeth, que miraba asustada.
-Gracias, me has salvado la vida.
-Yo te salvo la tuya, tú me perdonas la mía.
Él esbozó una sonrisa cómplice.
-Verás, no es tan fácil… He hecho un trato para recuperar el
dirigible.
-¿Puedes sacarnos de aquí?
-Sí, solo necesito suficientes armas como para armar una
sublevación del Vox Populi.
-¿Y de dónde sacaremos esas armas? ¿De uno de tus numerosos
amigos y aliados? –preguntó sarcásticamente.
-De un armero de Finkton, debería ser pan comido ¿Qué me
dices? ¿Socios?
-Eres un mentiroso… Y un matón… Pero también eres mi única
forma de llegar a París.
El polígono industrial se hallaba al lado del puerto debido
el difícil transporte de la ciudad. Así que, con ayuda de Beso del Diablo, se
metieron por la puerta principal a la mansión Finkton., cuyo dueño fue víctima
de los efectos de Posesión y se marchó a sentarse al sofá de nuevo.
Llegaron a un gran salón lleno de taquillas lujosas que debían
ser para los trabajadores más honorados.
-Booker, esta es la taquilla de Slate, debía trabajar aquí. –
anunció Elisabeth mirando unos folios que había dentro- ¿Qué? Es el diario de
mi madre ¿Por qué lo tendría Slate? “Mi marido afirma que la niña fue enteramente
creada por voluntad divina. Soy creyente pero no estúpida. Su… bastarda… no se
criará bajo mi techo.” Mi madre, ella fue la que me encerró en la torre.
-Elisabeth…
-Tan solo quiero salir de esta ciudad. Por favor.
Subieron a un ascensor que había al lado de las taquillas y
dentro de éste comenzó a sonar un mensaje publicitario de Finkton.
-Me llamo Jeremiah Fink, y quiero compartir contigo mi credo
personal ¿Cuál es la criatura más admirable sobre la faz de la Tierra? ¡Pues la
abeja! ¿Alguna vez has visto una abeja de vacaciones? ¿Alguna vez has visto a
una abeja cogerse una baja? La respuesta, amigo ¡Es no! Así que yo te digo ¡Sé
como la abeja! ¡Sé la abeja!
El elevador se detuvo y el telefonillo que había dentro
comenzó a sonar. Elisabeth y Booker se miraron extrañados y él apretó el botón
para contestar.
-Emmm… ¿Hola?
-¿Señor DeWitt?- preguntó una voz femenina.
-Supongo que sí.
-Le pasaré con el señor Fink.
-¿Qué pasa?- preguntó Elisabeth.
-¿DeWitt? Aquí Fink. Escúchame, te hemos estado observando y
permíteme decirte que ahora mismo eres nuestro principal candidato ¡El principal!
Mi colega el Señor Flambeau, te ayudará en lo que necesites.
-¿Pero este hombre no estaba bajo Posesión?- susurró la
chica.
-Sí, pero si no me mantengo cerca se acaba y vuelve a la
normalidad. Normalmente, si me quedo, acaban pegándose un tiro o algo así.
-Pues parece extrañamente encantado de conocerte.
El ascensor prosiguió su descenso. Pasó por una ventana,
desde la cual podía verse una enorme estatua dorada del señor Fink.
-Menudo ego tiene el tío- comentó ella.
La publicidad comenzó a sonar otra vez, ahora acompañada de
vistas de la fábrica por dentro, donde podían verse trabajadores en pésimas
condiciones.
-Hay quien me dice, Fink ¿Por qué nos pagan en fichas que
son solo válidas en tiendas de la compañía? Pues te diré “Que me aspen si voy a
permitir que a cualquiera de vosotros os estafen en alguna tienducha dudosa.” Verás,
la tienda Fink te ofrece productos Fink, a un precio pensado específicamente
para el obrero de Fink.
El ascensor se detuvo en un piso en el que le esperaba un
trajeado caballero.
-Bienvenido señor DeWitt. En esta mesa encontrará objetos
que le pueden ser útiles durante su estancia.
-¿Qué quiere Fink de nosotros?- preguntó la chica.
-Disculpa, el interés del señor Fink se limita estrictamente
al caballero.
-Pero ¿Por qué?
-Lo siento, pero cualquier pregunta relativa a la solicitud del caballero deberá formularse
directamente formularse directamente al Señor Fink.
Entonces se marchó, apretando por el camino una palanca que
abría una enorme puerta detrás de donde él estaba antes.