Me gusta pensar en las maravillas
que a veces hace el destino. Como es capaz de juntar a cincuenta personas que
poco y nada tienen que ver, para convertirlos en una enorme familia durante
cinco días. Cada uno con sus peculiaridades, con sus secretos y sus exclusivas,
su vida privada que se convierte en pública.
La cosa es que estaba yo, vestido
con una camisa de bachiller, con gorguera y todo, unas mallas que me hacían
pasar un calor que servía como tráiler, un pantalón enorme que usaban los
cabezudos de mi pueblo en fiestas de agosto, y esas botas de mujer, rotas en
los talones, que me ofrecían un porte majestuoso, cuando la sobrina de Don
Quijote de la Mancha me dijo “Oye Juan, me ha fallado una chica para el Campo
de Trabajo de Torres que te comente cuando estabas en Salou –he de hacer un
inciso en que rechacé tal propuesta por mi agotamiento causado por las ingentes
cantidades de alcohol consumidas por mí y mis compañeros de viaje - ¿Te
apetecería venir?”. Al pensar en mi situación, de un chaval que, por primera
vez en su vida, lleva una para septiembre y que, hasta que tocase estudiar, iba
a pasar el verano jugando a Call of Duty Zombies con una lata de Monster en la
mano e infinitos cigarrillos en el cenicero, dije “¿Por qué no, un poco de
disciplina?”. Así que acepté.
Y allí estaba, con siete chicas
con las que, salvo Eva, no mantenía ningún tipo de relación, de camino a un
pueblo al que nunca había ido de fiesta, para trabajar. Ansioso por conocer
gente, por hacer amigos, y relacionarme con cualquiera que estuviese dispuesto
a hacerlo. Al montar la segunda tienda ya no podía más, saqué el móvil y me
encontré con una cantidad desconsiderada de mensajes. Habían pasado dos horas
que, para mí, habían sido dos minutos. Me lo estaba pasando bien. Así que dejé
el agotamiento atrás y, con gorra y gafas de sol en sustitución a mi camiseta,
me dispuse a conocer a todo aquel que apareciese por la puerta.
Primero Galindo “el cojo” y
Ramiro, cuya madre me subvencionó los cigarros de la tarde. Llevaban tienda de
lanzar, benditas tiendas de lanzar, así que no tuve que ayudar a montar.
Aquí me detengo, pues no es mi
plan mencionar uno a por uno a los cincuenta, es más, no nombraré a ninguno
más, no daré nombres ni apodos pues, no hay nadie que merezca mayor reconocimiento
que el grupo entero.
Si algo aprendí de HIMYM, es la
facilidad que ofrece este mundo para conocer a alguien, pillarle más cariño que
a tu mano derecha y, tras una despedida sin ningún sentido aparente, no volver
a verlo jamás. Pues esta fue la primera y la última vez que participo en una de
estas actividades y, aunque me duela, la primera y última vez que pasaré una
semana como ésta.
Despertando junto a gente que lo
único que tiene que ver conmigo es la de
que sus padres hayan firmado un papel para autorizar que su hijo duerma en una
tienda de campaña. Desayunando café soluble, incomparable con el de mi
cafetera, y doscientos vasos de zumo por mi “intolerancia a la lactosa” para
quitarme ese sabor a mierda del piti de antes de dormir. “Currando” con un
equipo aleatorio que resultó ser otra familia, dentro de la familia, con la que
bostezar y quejarse del calor. Almorzando un bocata aleatorio con una fruta
aleatoria. Comiendo en al Aroa, con su camarero puto amo, huyendo para echar un
cigarro entre plato y plato. Tomando el sol en la piscina, con miedo a dormirme
y que me llenen de pollas dibujadas con permanente que no se quita sin
arrancarte la piel. Contando chistes de humor negro en el bar, tan negro que se
paraba a abanicarnos. Invirtiendo ese “tiempo libre” antes de cenar para
pasearme por todo el recinto preguntado a todos qué tal iba el día, abrazando a
tod@s pues desde un principio fui consciente de que en algún momento llegaría
el final. Cenando en el Vanesa, mientras que todo Torres se pone en la puerta
para ver si llegan ya esos extraterrestres que pagan por trabajar. Escuchando
dos mil veces El Taxi y Bailando, mientras trato de engullir la comida fría sin
una cañita brava. Alienándome en la velada, sin saber por qué coño estoy
haciendo tal cosa a las doce de la noche con toda esa gente. Esperando a que se
duerman los monitores, cuales Cancerberos, para poder liarla por las tiendas.
Y tantas cosas, tantas que
necesitaría un libro para plasmarlas todas. Ya sé que dije que no podría
nombres, pero me veo en la necesidad de nombrar a unos cuantos, solo porque el
corazón me lo pide. Pero antes he de pedir no un perdón, sino mil perdones a
aquellos que no menciones, pues cada uno de vosotros ha dejado un trozo de sí
mismo dentro mío, y eso es lo que importa.
Empiezo por las mías, mis
compañeras de taxi, Eva, a quien encontraréis una preciosa dedicatoria en una
foto mía de Instagram, con el grupo de franceses, Pilar, Gema, Sara, Alexandra,
Candela y Paloma, que, pese a algunos rifirrafes, han dado “buena imagen” de
nuestra comarca.
Celia, Alicia y Clara, que me
acogieron el primer día en su tienda sin conocerme de nada, gracias a ellas no
dormí con Galindo en el campo de fútbol. Os quiero mucho chicas.
Gonzalo y Anabel, el dúo
dinámico, que ha dado todo el color que faltaba en JDR, y con quien espero no
perder contacto pues es un fantástico dibujante.
David, quien al principio tomé
como el ligón del campa, por no conocerlo de nada. Es ese tío que está en todos
lados, con una energía anormal, y que pase lo que pase aparecerá para dar vida
a la situación.
Ahora mis compañeros de tienda
los otros cuatro días, después de que Laura me arrebatase mi loft ¬¬
Fran “Callaos coño que quiero
dormir”, y su voz grave asesina, es un tío enorme que no podría olvidarme de
mencionar ni aunque me borrasen la memoria. Siempre amable y dispuesto. A quién
mataría por pagarle un viaje a Dublín.
Vicky, con quien los
malentendidos eran ley de vida, pero junto a las risas y las ironías, los
chistes malos y las conversaciones abiertas. Una de las personas que más me ha
marcado, sin duda.
Adrián, quien me ha remarcado la
frase de “No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita”. Una
persona estupenda que, sin duda, es la que más ha disfrutado de este viaje y a
quien deseo más suerte de todos.
Bruno, a quien agradezco esa
paciencia infinita que ha tenido conmigo y mi forma de ser.
Y aquí me detengo, repito que
siento mucho no poder poner a todos, pero no acabaría en mi vida pues tengo mil
cosas que decir de cada uno de vosotros.
Aina, tremenda futbolista.
Esther, suerte con tu digestión. Nuria, buena compañía la última noche. Las
Paulas ¡Guapas! Ramiro, gracias por romperte los pies bailando mi hard. Carmen,
la borracha de la fregona, Álvaro, subo tres cartas y una piedra, Yuri, déjame liarme uno, Alicia, Selena, María, Alba, Miriam, Mario, Elena, Emily, Sergio, etc.
Os quiero chicos, en serio.