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sábado, 28 de septiembre de 2013

El maestro del metal I



Como hoy he dicho, no estoy muy inspirado. Así que he decidido traeros un relato de
Títere Tétrico, el autor de Historias de un muerto anónimo. Os dejo aquí con la parte 1 de uno de sus relatos, para ver cómo sigue tendréis que entrar a su blog.

http://deliriosinsomnes.blogspot.com.es/

Su Twitter: @ByronTheater



***

-Agonía-

Hacía horas que el sol se había escondido de la mirada del mundo, ya no quedaba nadie en las calles de Zaun, pues todos sus habitantes y lugareños dormitaban en sus hogares, a excepción de unos pocos desgraciados que aún merodeaban bajo un manto de nocturnidad.
Uno de estos sujetos caminaba por estrechas callejuelas de angostas esquinas y retorcidos cruces, con la esperanza de encontrar a algún desafortunado transeúnte. Vestía precariamente, con una sencilla camisa de lino, unas calzas largas de mezclilla bastante sucias, botas mas que desgastadas, y un abrigo descosido para resguardarse del frío. De su cinto pendía una daga amenazadora, bastante afilada como para hender la carne.
Cuando ya se disponía a abandonar la búsqueda de algún incauto caminante, el eco de unos pasos en la lejanía llamó su atención. Y con una sonrisa en los labios y su malicia palpitando, se encaminó desenvainado lentamente la daga.
Los pasos cada vez resonaban mas cercanos, y según se pudo apreciar, iban acompañados de un eco metálico. Cuando dobló la esquina esperaba encontrarse con un don nadie cualquiera destinado a ser víctima de su acero... pobre rufián. Ante él se erguía una imponente figura que superaba con creces los 2 metros de altura, portando una pesada maza de gran tamaño, sujetándola por el extremo del mango y apoyando la parte mas pesada en el hombro. Ese ser estaba envuelto por una gruesa armadura de un extraño metal, reluciente al mismo tiempo que tenebroso. Tras su yelmo no había mas que oscuridad, y tan solo se distinguían unos ojos rojos como focos abrasadores, los cuales miraban con desprecio al pobre bandido, y este, a su vez, había quedado paralizado por el miedo con una mueca de terror en el rostro.
El pícaro ladrón no pudo reaccionar, ni siquiera pudo mover sus temblorosas piernas. Con una fuerza de ultratumba el ser de la pesada armadura lanzó un barrido horizontal con la maza, el cual se llevó por delante al endeble humano asustado. Entre el peso de la gran maza y los ladrillos de la pared, quedó aplastado un cráneo. Al retirar la maza, lo que antes había sido un cuerpo humano cayó destrozado al suelo.
En el interior de la armadura se escuchó un leve quejido, como una tos seca, y seguidamente siguió su camino, dejando atrás una pared ensangrentada y un cadáver devastado.

Se alejó con pasos lentos y cansados pero inexorables, como quien debe llegar a un destino, pero no desea continuar el viaje...

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